"Esta frase aquí
se sostiene en el aire"
Hans Magnus Enzensberger
para un holograma de Dieter Jung
Un poeta y un prestidigitador
se encuentran en el terreno de las artes. El primero hace magia con sus palabras,
el segundo esconde sus manos para hacer poesía. El resultado es un poema flotando en el espacio.
La escritura espacial, arte de estructurar palabras entre marcos intangibles, desempolvó sus luces a mediados de la década de los setenta cuando un grupo de hológrafos, entre los que destaca el alemán Dieter Jung, incorporó la palabra escrita a sus hologramas.
Al abrirse esta ventana -ya rotas las ataduras lingüísticas- la poesía espacial se muestra como un canal paralelo, por medio del cual la reflexión generada por la lectura de un signo evoluciona a una doble actividad perceptiva. En este caso, el artista Dieter Jung fusiona ambos, lectura y contemplación, en un solo acto, dejando obsoleto cualquier material que sirva de superficie.
Al mismo nivel abstractivo, la figura poética conocida como palíndromo, la cual invita al juego de ser leída en dirección correcta o viceversa, presenta la oportunidad de romper con los parámetros de la escritura para entregar una idea perfectamente completa en uno o pocos signos lingüísticos. Las intenciones de fragmentar las palabras hasta dar con su naturaleza más pura, hacen del poeta que las maneja un ecualizador de signos, dejando de ser sonoro para convertirse en visible.
El poeta Dario Lancini, experto en esta técnica y autor del libro titulado con el palíndromo “Oír a Darío”, fue el primer artista venezolano en mostrar su poesía a través de un holograma.
Lancini, el "sintetizador de significados" como lo describiera la profesora Matilde Daviu, escribió el poema DOGMA para que fuese integrado a un holograma creado por Dieter Jung.
La obra llamada Palindrom, expuesta por primera vez en el año 1986, en la ciudad de Boston, arranca la corteza de las palabras para dejarlas como desnudas raíces, haciendo posible su aprehensión directa en las tres dimensiones que ocupa, y que el efecto del poema se conecte a nivel óptico con su discernimiento y prescinda de educadas reflexiones.
El acto de utilizar la palabra como objeto sin despojarle de su significado es lo que la hace sublime. Mientras ambas técnicas, el holograma y el palíndromo, mantienen intactas sus identidades, de la obra se abre una nueva dimensión en la que el espectador es factor activo e indispensable. Así, su interacción con la misma, sus puntos de vista y sus ángulos de crítica le abren la puerta a las múltiples interpretaciones que ambos artistas proponen para él.
El poema, creado a partir de fragmentos de El Rey Lear de Shakespeare, se sostiene sobre un pilar de letras virtual que funciona como eje indestructible, alrededor del cual giran las figuras palindrómicas desde uno u otro ángulo. Este eje está compuesto por la palabra “I” (yo) y de ella parten el resto de los versos.
El poema.,
A partir de este justo momento la relación entre materia y plano evoluciona a un nivel más puro y directo; en palabras de Daviu “Se disocia utilizando la técnica holográfica en beneficio del poema que, esta vez, muestra su todo, su unidad indestructible como fluido de energía luminosa al abandonar la materialidad de la página” . Esto cambia el modo de reaccionar del espectador-lector.
Ahora sus límites no tienen marco referencial, y una apertura automática al ejercicio mental toma lugar en el personalísimo contexto de cada persona.
La reacción es el deseo del arte. Tal cosa como lo sublime existe al generar reacciones impetuosas. El espectador que reacciona ante una obra que considera sublime no necesita más que la propia expresión y el sentimiento que le produce. El resto es la nada y el momento (espacio/tiempo) en que estos se conectan, se llena de vacío.
En este ensayo, por ende, hay una reacción. La discontinuidad que plantea la poesía espacial permite reacciones libres del reconocimiento de contextos previos que las distancien de la esencia del mensaje, pues son generadas directamente de la relación poema-espectador.
La paradoja que causa reflexionar sobre los parámetros del arte, al pasearse desde los conceptos convencionalistas hasta las propuestas más disfuncionales, me lleva a concluir que la fuerza de una expresión pura, entendiéndola como aquello directamente canalizado hacia ninguna dirección exacta, y por la dificultad que esto supone, es capaz de convertirse a sí misma en escena, sin necesidad de ser filtrada ni acomodada a un escenario.
El verdadero valor que poseen estas expresiones, y el efecto que causan en mí, radican en la franqueza, incluso morbosa, que motiva al ser humano a materializar sus abstracciones. La mente y el vacío son los mejores soportes para enmarcar una idea. Este ideario es una galería intangible.
Cristina E. Armand M.