En un bosque hipotético, un gigante hipotético se mira las manos. Como todo gigante, está triste y furioso. Lo hace con esa ambivalencia con la que sólo estos grandes hombres saben desarmar a quienes los observan a escondidas: sus enormes pulgares heridos, esas rodillas que parecen islas y el corazón hecho un pantano. Para sentirse menos solo, el gigante blande su sierra contra la nada. Lastima el aire con sus ganas. Esas ganas de llorar que esconden los gigantes en sus pechos de leñadores.
También en un bosque hipotético, un árbol hipotético se ha derrumbado antes de tiempo. Nacido de una espora venida desde México, el ejemplar creció a trompicones, abriéndose paso a pesar de los líquenes y los aeropuertos. Raro, muy raro sin duda, tenía la impronta del sauce pero el arrojo de los árboles de caucho, esos que crecen contra todo. Siempre rebelándose contra su flemático destino de arrebato, el árbol aguantó, fuerte, único en ese hipotético bosque de bonsáis y matas plásticas. Entre sus raíces durmió muchas veces el gigante que ahora entristece. A su sombra tuvo sueños dulces. Soñó cosas con las que sólo sueñan los gigantes. Y como si de un melocotonero se tratara, el árbol dio al gigante frutos suaves y jugosos. Pero su cepa, maltratada desde algún regreso, dejaba un gustillo amargo en cada bocado de sus frutos. Por eso al dulce sueño el gigante sumaba siempre una lágrima inesperada. El mordisco amargo, la lágrima escondida acudía siempre, cual pequeña herida triste que el árbol no podía perfumar . Para remediarlo, el árbol intentaba mudar en cada estación, a pesar de sus raíces, a pesar de sí mismo. Intentaba cambiar la cepa amarga de su dulce perfume. Así estaba el árbol cuando lo sorprendió una ventisca.
En el mismo bosque hipotético, un gigante y un árbol caído se topan de frente. No necesitan preguntas. El perfume lo dice todo. Pero un gigante triste no sabe qué hacer con un árbol muerto. Lo cree deshecho. Lo cree incapaz de emprender el vuelo y aspirar el viento. ¿Acaso no había leído el Gigante a Rodolfo Santana? No, no lo había leído. Es un gigante triste y los gigantes tristes no entienden canciones ni arrullos. Aunque caídos, los árboles mueren de pie. Por eso el suelo nunca los toca. Por eso su copa sigue enamorada del viento que los mece y los gigantes que regresan, tristes, a dormir la siesta en su difunta sombra.
En un bosque hipotético un gigante enfurece por la muerte de un árbol que fue dulce. Para sentirse menos solo, para desbaratar su desdicha contra algo, el gigante blande ahora su sierra contra el abatido sauce que parecía caucho. Cree que lo mejor sería hacerse un nuevo juego de comedor que parezca roble.Lo que el gigante no sabe es que, en la soledad de un bosque hipotético, un perfume amansa las fieras y esconde las sombras. Es el fruto haciéndose de nuevo. Es el milagro esperando no ser leña para fuego.
Leñador, acércate. Leñador, mírame. Ese árbol no está muerto, sólo está caído. Recuerda, leñador, los arboles mueren de pie.
Leñador, mírame.
Leñador, escúchame.
No soy una hipótesis. Soy el bosque susurrándote al oído.